My sabbatical in 2007 – Mi año sabático en 2007
Mi año sabático en 2007
Me avisaron con poco tiempo que podía tomarme un año sabático de seis meses. Llegué a nuestro Centro de Renovación Redentorista en Tucson el 14 de enero de 2007. Mi idea era tener tres partes para mi año sabático. Mi segunda parte sería participar en el programa sabático de dos meses en el Centro de Renovación, que comenzó a fines de marzo. Mi tercera parte del año sabático sería trabajar en los campos piscando cerezas en California y Oregón. Como estaba libre hasta fines de marzo, decidí que la primera parte de mi año sabático sería pasar cuarenta días en México. Quería conocer mejor los orígenes de los migrantes e inmigrantes con los que había trabajado durante dieciséis años. Pasaba cuatro días en la playa, por el resto del tiempo visitaba familias de personas que conocía en los Estados Unidos.
El propósito principal de mi viaje a México fue conocer a las familias de aquellos a quienes he conocido en el trabajo migratorio en los Estados Unidos. Salí de Tucson a las 10:00 pm del 18 de enero, viajando en autobus por 36 horas a Puerto Vallarta. Llegué a las 8:00 am del 20 de enero. De vez en cuando me quedaba con sacerdotes o con mis hermanos redentoristas, pero sobre todo me quedaba en casas de personas que conocía de mis ministerios en Colorado, Oregón o Kansas. Me quedé en sus casas, comí comida maravillosa y me recibieron como parte de la familia.
Pasé dos días con las hermanas de un migrante que conozco en California. Comenzando por ellas y sus amistades, comencé a preguntarle a mucha gente: “¿Cómo ha afectado a México la migración?” Los comentarios de la gente eran muy acertados y fue interesante notar cuando sus respuestas empezaron a formar un patrón. Había diferencias marcadas al hablar con sacerdotes y religiosas sobre sus impresiones de la migración y las impresiones de la gente laica. Al hablar con personas que habían estado en Estados Unidos y con aquellos quienes sólo conocían sobre los estados Unidos por lo que les habían contado sus parientes o amigos, había perspectivas muy distintas.
Al cuestionar a los sacerdotes y a las religiosas, las respuestas tenían mucho en común. La primera respuesta sobre el impacto de la migración en México siempre era: “La desintegración de la familia”. Esta desintegración ha impactado enormemente a las comunidades en México al irse los hombres a los Estados Unidos por la desesperación económica con la esperanza de proveer para sus familias o con la esperanza de eventualmente llevar a la familia a los Estados Unidos. El dinero enviado por los trabajadores en los Estados Unidos provee para las necesidades básicas de los miembros de la familia en México, pero a veces con el dinero viene la tentación de más y más materialismo. Junto con el dinero en el hogar mexicano, uno puede encontrar divisiones en las familias basadas en la economía.
Sentado en una rectoría pobre en un barrio marginal de México, el p. Lupe reflexionó sobre la migración de muchas personas en su comunidad. Observó: “La gente no migra por la pobreza, migra por la desesperación”. Explicó que los pobres tienen comida para comer. Tienen ropa y techo. Se preocupan unos por otros, pero cuando no pueden brindar seguridad, salud y esperanza a quienes aman, se mudarán. También dijo que para los familiares que permanecen en México, “el impacto negativo duele de muchas maneras. La triste realidad es que en el otro lado hay oportunidad. El dinero que se gana, aunque en Estados Unidos no sea una gran cantidad, es mucho más de lo que aquí es posible”. Continuó: “Una segunda tristeza es que a menudo la separación es permanente. Algunos regresan en ataúd, otros nunca regresan. Muy a menudo, las familias no saben si sus hijos llegaron o no. Cuando se dan cuenta que su hijo o hija ha logrado cruzar, se alegran por su seguridad, aunque sienten incertidumbre de volver a verlos. Muchas familias jóvenes, esposas e hijos, viven con la duda de cuando o si algún día se unirá su familia.”
Mientras los sacerdotes, religiosas y líderes comunitarios parecían culpar a las tentaciones de la vida en los Estados Unidos y lo difícil que es cruzar la frontera que separa a las familias por las dificultades de la migración, los pobres y los mexicanos de la clase media no culpaban a un grupo u otro por las dificultades de la migración. No escuché que la gente expresara molestias ni culpas hacia el gobierno mexicano por sus problemas ni enojo hacia la indignidad que la gente sufría en el consulado estadounidense. Simplemente había una gran tristeza por la desesperación de la gente en México. Las personas que culpaban a los demás por los problemas o sentían rencor eran casi siempre las personas con más educación y oportunidad.
Una tarde, platiqué con Petra P., su hijo Javier y su nieta Samantha. Petra tuvo un hijo en Oxnard, California. Él ha estado fuera la mayor parte de diecisiete años. Regresó para el funeral de su papá y al regresar a los Estados Unidos lo aprehendieron, lo apresaron por más de un mes y luego lo dejaron libre. Petra habló del dolor de la separación y la incertidumbre sobre la seguridad de su hijo. Ella tiene una nieta que nunca ha visto. Espera tener la oportunidad de visitar a su hijo y a su nieta, pero se le negó una visa de turista anteriormente ese año.
Samantha preguntó: “¿Porqué los americanos odian a los mexicanos”? Fue una pregunta llena de dolor y sencillamente de no entender la enemistad de tantos americanos. La gente en México se relaciona a menudo con los americanos en el trabajo del turismo. En su trabajo muestran hospitalidad y se preguntan porque los americanos no tratan a los trabajadores en los Estado Unidos con más civilidad y generosidad. Samantha y Javier se preguntaban porqué no podían ir de visita a América. Ellos no quieren vivir allá. Solamente quieren visitar a sus parientes.
(Si tienes observaciones o preguntas para Padre Migrante, envían las a padremigrante@gmail.com)
My sabbatical in 2007
I had short notice that I could take a six-month sabbatical. I arrived at our Redemptorist Renewal Center in Tucson on January 14, 2007. My idea was to have three parts for my sabbatical. My second part would be to participate in the two-month sabbatical program at the Renewal Center, which began at the end of March. My third part of the sabbatical would be to work in the fields with campesinos during the cherry harvest in California and Oregon. Since I was free until the end of March, I decided that the first part of my sabbatical would be to spend forty days in Mexico. I wanted to better know the origins of the migrants and immigrants with whom I had worked for sixteen years. While I would spend four days on a beach, I would spend the rest of my time visiting families of people whom I knew in the United States.
The main purpose of my trip to Mexico was to meet the families of those whom I have come to know in migrant work in the United States. I left Tucson at 10:00 pm on January 18, traveling by bus for 36 hours to Puerto Vallarta. I arrived at 8:00 am on Jan. 20. Occasionally, I stayed with priests or with my Redemptorist confreres, but mostly I stayed in the homes of people I met from my ministries in Colorado, Oregon or Kansas. I stayed in their homes, ate wonderful food and was welcomed as part of the family.
I spent two days with the sisters of a migrant farm worker I know in California. Beginning with them and their friends I began asking many people, “How has migration affected Mexico?” The insights of people were always well thought out and it was interesting to note when certain patterns developed. There were significant differences when speaking with priests and religious on their impressions of migration and the views of lay people. There were very different views presented when speaking with those who had been in the U.S. and those whose knowledge of the U.S. only came from relatives or friends.
When questioning priests and religious the responses formed a pattern. The first response to the impact of migration on Mexico was almost always, “La desintegración de la familia,” the disintegration of the family. This disintegration has greatly impacted communities in Mexico as men went to the U.S. because of economic desperation with the hope of providing for their family or the hope of eventually taking the family to the U.S. Money sent home from workers in the U.S. provided basic needs for family members in Mexico, but at times with the money came the temptation to more and more materialism. Thus, along with more money in the Mexican home, one may encounter divisions in families based on economics.
Sitting in a poor rectory in a slum in Mexico, Fr. Lupe reflected on the migration of many people in his community. He observed, “People do not migrate because of poverty, they migrate because of desperation.” He explained that the poor have food to eat. They have clothes and shelter. They care for one another, but when unable to provide safety, health and hope to those whom they love, they will move. He also said that for the family members who remain in Mexico, “The negative impact hurts in many ways. The sad fact is that there is opportunity on the other side. The money earned, while not a great amount by U.S. standards, is so much more than is possible here.” He continued, “A second sadness is how often the separation is permanent. Some return in boxes (coffins), others never return. Too often families do not know if their children arrive or not. When they hear that a son or daughter has crossed, there is happiness in their safety, but uncertainty of when or if they will ever see them again. Many young families, wives and children, live in doubt of when or if their family will be united.”
While priests, religious and community leaders appeared to place most of the blame for the difficulties caused by migration on the lure of life in the U.S. and the difficulties of the border that cause separation of families, the poor and the Mexican middle class did not place blame on one group or another. I did not hear anger or blame towards the Mexican government for their problems or anger at the indignity suffered by people at the U.S. Consulate. There was simply an extreme sadness that people in Mexico were so desperate. People who blamed others for the problems or expressed anger were almost always those with more education and opportunity in their lives.
One afternoon I spoke with Petra P., her son, Javier and her granddaughter, Samantha. Petra had a son in Oxnard, California. He had been away most of seventeen years. He returned for his father’s funeral and on his return to the U.S. was caught and kept in jail for over a month and then released in the U.S. Petra spoke of the pain of separation and doubt about the security of her son and about a granddaughter she has never seen. She hopes to get a chance to visit her son and granddaughter, but she was denied a tourist visa earlier that year.
Samantha asked, “Why do Americans hate Mexicans?” It was a question filled with pain and simply not understanding the animosity of so many Americans. People in Mexico interact often with Americans in the work of tourism. They perform the work of hospitality and wonder why Americans do not treat workers in the U.S. more civilly and generously. Samantha and Javier wondered why they could not visit America. They do not want to live there. They simply want to visit their relatives.
(If you want Padre Migrante to respond to your concerns or questions, write to: padremigrante@gmail.com)
Oh Jesús, tú nos llamas: “Síganme”. Bendice, Señor, a todos los que acogen tu llamado. Puede que el camino no sea fácil, pero tenemos la confianza de que todo es posible si caminamos contigo. Que este viaje nos abra los ojos a las maravillas de tu amor por nosotros. Oramos por toda tu gente, por todos los creyentes e incrédulos, por los líderes y seguidores. Oramos por la sanación, el perdón, la compasión, la justicia y la paz. Oramos para que, al seguirte, nosotros también podamos ser pescadores de hombres. Bendícenos en nuestro viaje.
O Jesus, you call us, “Come after me.” Bless, O Lord, all who welcome your call. The path may not be easy, but we have confidence that all things are possible if we walk with you. May this journey, open our eyes to the wonders of your love for us. We pray for all your people, for all believers and unbelievers, for leaders and followers. We pray for healing, for forgiveness, for compassion, for justice, for peace. We pray that as we follow you, we too can be fishers of men. Bless us on our journey.