Virtue of Migrants #4 / La Virtud de los Migrantes #4
[The last three Padre Migrante blogs consider the virtue that I have witnessed in the lives of migrants. Today, consider the virtue of responding to the migrant. This reflection comes from Chapter Seven of Migrant Faith. The Book, Migrant Faith is posted on the Resource page of this website.]
The Virtue of Welcoming the Stranger
“For I was hungry and you gave me food, I was thirsty and you gave me drink. I was a stranger and you welcomed me…” Mt. 25: 35
In ministry with migrant workers, one cannot overestimate the importance of welcoming the stranger. For a number of years, I participated in a ministry of welcome for young people in Denver, Colorado. The Redemptorists opened Casa San Alfonso, a “house of welcome” for youth in 1991. There was a very active youth group at St. Joseph Church in Denver, but the young people seldom came to drop in on priests at the rectory. Two other Redemptorists and I moved to a house seven blocks from the church. We told youth that there were beans on the stove and tortillas in the refrigerator, “Our house is your house.” The beauty of the house was that young people took us up on our offer and many gathered at the house each evening.
At first, we did not know who would take up our ministry of welcome, but soon it became clear that Spanish-speaking youth made the Casa their home. Many had arrived recently from Mexico and other Latin American countries. Most of the youth were in their teens and twenties. Many worked in restaurants, hotels, maintenance and construction. Their hours were inconsistent. They were hopeful migrants struggling to make it in a new world.
We often said that for every ten phone calls at Casa San Alfonso, nine were in Spanish and the other was a wrong number. The Casa was the location for many celebrations, and some called the house, “Casa de las Fiestas” (Home of parties). The Casa gained a few youth for singing in choirs and played a major part involving youth in the celebrations of the feasts of Our Lady of Guadalupe, Posadas, Lenten celebrations and Holy Week, but we did not immediately see a lot of growth in religious education and formation.
After six months, some questioned if the welcoming community would ever become a serious ministry, bringing young people into a deeper commitment to Christ and the Church. Then in the spring, a young man was killed in a car accident. Several other serious situations involving young people in the community took place, and it was the ministry of the welcoming community that became central in responding to crises in our youth community. Youth began to trust Casa San Alfonso as the place to go for support in difficult times. Youth began to open themselves up to our community, and the ministry of Casa San Alfonso became more effective. Trust was earned.
Since the ministry of Casa San Alfonso was indirectly attached to the parish of St. Joseph, the ministry had to define itself in new ways. In some respects, it was a social justice ministry, addressing needs of youth. It also was a center for spiritual guidance of youth. It was not defined in traditional ways of ministry in a parish with emphasis on sacraments and religious education. It was a ministry of interaction between religious men and young people who were adjusting to life in the United States. The religious men were involved in a ministry that did not fall solely in the realm of religious or social justice ministry. The overlap of the religious practice and the issues of poverty, legal status and self-esteem introduced the religious men in the community to a dynamic group of young men and women looking for direction in their lives.
The greatest asset of the Casa San Alfonso ministry was listening and observing young people, primarily migrants looking to the Church for guidance. The ministry demanded flexibility of its leaders to enter the lives of the people rather than set a list of qualifications to receive attention. As with many experiments in ministry, certain aspects began to take precedence. Retreats and mission preaching began to take up the attention of the religious community. The ministry evolved into the formation of a preaching team that involved Redemptorists and lay missionaries offering bilingual missions in Colorado and later in other states. The Casa San Alfonso community did not continue after 1996. For those of us who lived in Casa San Alfonso, it was a ministry that allowed the poor to “evangelize” us and to give us a perspective into the lives of migrants that is hard to replicate.
(Tomorrow: The Dignity of Migrants)
[Los últimos tres blogs de Padre Migrante consideran la virtud que he visto en la vida de los migrantes. Hoy, considere la virtud de responder al migrante. Esta reflexión proviene del Capítulo Siete de La Fe del Migrante. El libro, La Fe del Migrante se publica en la página de recursos de este sitio web.]
La virtud de recibir al forastero
“Porque tuve hambre y ustedes me alimentaron; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Pasé como forastero y ustedes me recibieron en su casa” (Mt. 25,35).
En el ministerio con trabajadores migrantes, uno no puede subestimar la importancia de acoger al forastero. Por varios años, yo participé en un ministerio de bienvenida para jóvenes en Denver, Colorado. En ese tiempo, había un grupo juvenil muy activo en la Iglesia de San José en Denver, pero los jóvenes casi nunca visitaban a los sacerdotes en la rectoría. Por eso, en 1991, otros dos Redentoristas y yo nos mudamos a una casa a siete cuadras de la iglesia y abrimos la Casa San Alfonso, una “casa de bienvenida” para la juventud. Les dijimos a los jóvenes que había frijoles en la estufa y tortillas en el refrigerador: “Nuestra casa es su casa”. Lo bonito de la casa fue que los jóvenes aceptaron nuestra invitación y muchos se reunían en la casa cada noche.
Al principio no sabíamos quienes aceptarían nuestro ministerio de bienvenida, pero pronto era evidente que los jóvenes que hablaban español convirtieron a la Casa San Alfonso en su hogar. Muchos habían llegado recientemente de México y de otros países latinoamericanos. La mayoría trabajaba en restaurantes, hoteles, mantenimiento y construcción. Sus horarios eran inconsistentes. Eran migrantes con esperanza luchando por salir adelante en un mundo nuevo.
Seguido decíamos que, por cada diez llamadas telefónicas en la Casa San Alfonso, nueve eran en español y la otra era número equivocado. La Casa era el sitio para muchas celebraciones y algunos la llamaban “la Casa de las Fiestas”. De la Casa salieron unos cuantos jóvenes que se incorporaron a los coros. La Casa llegó a desempeñar un papel importante en involucrar a los jóvenes en las celebraciones de Nuestra Señora de Guadalupe, las posadas, celebraciones de cuaresma y semana santa, pero de inmediato no era evidente un gran aumento en la educación religiosa y la formación.
Después de seis meses, algunos se preguntaban si el ministerio de bienvenida algún día se convertiría en un ministerio serio, acercando a la juventud a un compromiso más profundo con Cristo y la Iglesia. Después, en la primavera, murió un joven en un accidente automovilístico. Ocurrieron varias situaciones en la comunidad que involucraban a los jóvenes, y era el ministerio de bienvenida el que salía al frente para responder a las crisis en nuestra comunidad juvenil. Los jóvenes empezaron a confiar en la Casa San Alfonso como el lugar a donde dirigirse cuando necesitaban apoyo en tiempos difíciles. Los jóvenes empezaron a tomar confianza y a compartir en nuestra comunidad, y el ministerio de la Casa San Alfonso se hizo más efectivo. Se ganó la confianza de los jóvenes.
Como el ministerio de la Casa San Alfonso estaba indirectamente atado a la parroquia de San José, el ministerio tenía que definirse a si mismo en distintas maneras. En algunos aspectos era un ministerio de justicia social, respondiendo a las necesidades de los jóvenes. También era un centro de orientación espiritual para los jóvenes. No se definía en términos tradicionales de ministerio en una parroquia con énfasis en los sacramentos y la educación religiosa. Era un ministerio de convivencia entre religiosos y gente joven que se estaba adaptando a la vida en los Estados Unidos. Los religiosos estaban involucrados en un ministerio que no abarcaba únicamente el ámbito de ministerio religioso o de ministerio de justicia social. La superposición de la práctica religiosa y las cuestiones de pobreza, estatus legal y auto-estima introdujeron a los religiosos en la comunidad a un grupo dinámico de hombres y mujeres jóvenes que buscaban dirección en sus vidas.
La mayor ventaja del ministerio de la Casa San Alfonso era escuchar y observar a la gente joven, principalmente a los migrantes que se dirigían a la Iglesia buscando orientación. El ministerio exigía flexibilidad de parte de sus líderes para atender a los que pedían atención sin fijar una lista de requisitos antes de prestarles esa atención. Al igual que muchos experimentos en el ministerio, ciertos aspectos del ministerio empezaron a tomar precedencia. La comunidad religiosa empezó a prestar más atención a los retiros y a predicar en las misiones. El ministerio evolucionó en la formación de un equipo predicador en el cual los Redentoristas y misioneros laicos daban misiones bilingües en Colorado y después en otros estados. La comunidad de la Casa San Alfonso no continuó después de 1996. Para los que vivimos ahí, la Casa San Alfonso fue un ministerio que permitía que los pobres nos evangelizaran y nos brindaran una perspectiva en sus vidas que es difícil de duplicar.
(Mañana: La Dignidad del Migrante)
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